13/07/2011
Agroindustria

Rol del sector agroalimentario en los procesos de desarrollo

Autor: Dr. Javier González Fraga - javiergf@fibertel.com.ar

Argentina, además de tener un territorio bendecido con enormes recursos naturales como tierras, climas, bosques y ríos, cuenta con una gran capacidad laboral, avances tecnológicos únicos en el mundo, y una adecuada cantidad de capital como para generar una oferta significativa de productos primarios. Efectivamente, a los 40 millones de hectáreas de tierras cultivables, la Argentina le suma una tradición de trabajo agrícola llegada a nuestras costas con la inmigración europea desde 1880 hasta 1950. Más recientemente, la modernización tecnológica del sector -de la mano de la siembra directa- le ha permitido dar un salto en producción que ha llevado la cosecha de granos a los casi 100 millones de toneladas, lo que parecía impensable diez a?os atrás. También se han diversificado los inversores en el sector y hoy se suman capitales a través de Fondos que permiten acceder a la más moderna maquinaria, inclusive la importada, que se suma a la rica oferta nacional, como puede comprobarse en las megamuestras agropecuarias cada a?o. Si a este proceso se le sumara en los próximos a?os una moderación en la presión tributaria que sobre el mismo ejerce el gobierno nacional, y se destrabase el conflicto por las regalías en ciertas semillas, la Argentina podría perfectamente aspirar a lograr 150 millones de toneladas antes del fin de esta década. Esta meta, físicamente factible, encierra, no obstante, algunas trampas.

Rol del sector agroalimentario en los procesos de desarrollo
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La argentina es un país destinado a una gran producción agropecuaria
Argentina, además de tener un territorio bendecido con enormes recursos naturales como tierras, climas, bosques y ríos, cuenta con una gran capacidad laboral, avances tecnológicos únicos en el mundo, y una adecuada cantidad de capital como para generar una oferta significativa de productos primarios. Efectivamente, a los 40 millones de hectáreas de tierras cultivables, la Argentina le suma una tradición de trabajo agrícola llegada a nuestras costas con la inmigración europea desde 1880 hasta 1950.

 

Más recientemente, la modernización tecnológica del sector -de la mano de la siembra directa- le ha permitido dar un salto en producción que ha llevado la cosecha de granos a los casi 100 millones de toneladas, lo que parecía impensable diez a?os atrás. También se han diversificado los inversores en el sector y hoy se suman capitales a través de fondos que permiten acceder a la más moderna maquinaria, inclusive la importada, que se suma a la rica oferta nacional, como puede comprobarse en las megamuestras agropecuarias cada a?o.

 

Si a este proceso se le sumara en los próximos a?os una moderación en la presión tributaria que sobre el mismo ejerce el Gobierno Nacional, y se destrabase el conflicto por las regalías en ciertas semillas, la Argentina podría perfectamente aspirar a lograr 150 millones de toneladas antes del fin de esta década. Esta meta, físicamente factible, encierra, no obstante, algunas trampas.



Seguir creciendo, con cuidado y de forma equilibrada
Una Argentina produciendo 150 millones de toneladas, casi exclusivamente para la exportación, con un mínimo del valor agregado, es una Argentina desequilibrada, encaminada hacia tensiones económicas, sociales y políticas mucho más graves que las conocidas en los a?os recientes. Esta Argentina se parecería a un país petrolero, caracterizado por una generación de riqueza concentrada, y un Estado que deberá quedarse con una parte importante de esa renta para intentar disimular los desequilibrios con los demás factores de producción y de empleo.

 

Una Argentina en la que la producción agrícola genere exportaciones por casi 50.000 millones de dólares estará expuesta a fuertes presiones para la apreciación de su moneda, sólo compensables si hay equivalentes excedentes fiscales, o si se generan procesos inflacionarios que expulsen capitales en la misma medida, lo que sería insostenible en el tiempo. En lo social, ese tipo de nación estaría siempre en manos de gobiernos populistas, ya que el Estado sería rico por las retenciones, pero el empleo genuino crecería muy poco o se reduciría por la falta de competitividad de una industria obligada a competir con el tipo de cambio que fije el sector aparentemente más eficiente de la economía. Consecuentemente, crecería la demanda de asistencialismo social y se fortalecerían las prácticas demagógicas y populistas.

 

Cabe recordar lo que afirmaba con mucho realismo el presidente Perón cuando justificaba la nacionalización de los ferrocarriles, a fines de la década del ´40: “sólo se justifica para dar empleo a los obreros que llegan a la ciudad, y que no tienen cabida en la actividad agraria ante el aumento de su productividad”.

 

Una actividad casi totalmente dedicada a la exportación, con una abrumadora oferta de divisas, importante contribuyente fiscal, pero sólo marginalmente generadora
de empleo y de empresas peque?as, es una mezcla inestable en el capitalismo actual. ?Eso significa que es malo producir 150 millones de toneladas de granos? Obviamente no. Significa que el desafío no se agota con el incremento de la producción, sino con el objetivo de superar esos desequilibrios a través del impulso de la agroindustria que utilice la mayor cantidad posible de esos productos primarios.



El desafío: transformar soja en productos de valor agregado
La Argentina hoy exporta el 95% de su producción sojera, incluyendo el aceite. Brasil exporta el 74% y los EE.UU. menos del 50%. Este es el desafío verdadero: transformar en productos con valor agregado la gran producción de soja. Pero no debe ser un objetivo más, “una frutilla del postre”; tiene que ser el objetivo fundamental al que tienen que ordenarse las demás políticas del sector agropecuario y del sector agroindustrial. Porque de no ser alcanzado, los riesgos que corremos en términos políticos y sociales son mayores que los beneficios de contar con un sector de alta producción pero dedicado exclusivamente a la misma.

Veamos lo que sucede en Europa. La industria es la actividad más competitiva y exportadora, y subsidia a la agricultura para que ésta siga absorbiendo una parte importante del empleo. De ahí la necesidad de proteger la agricultura con su tristemente célebre Política Agropecuaria Comunitaria, que tanto da?o ha hecho al comercio mundial de productos primarios.

Debemos privilegiar el desarrollo agroindustrial
No es trasnochado pensar en la Argentina que el campo subsidie a la industria y a los servicios, como compensación por las distorsiones cambiarias que produce. Pero ni siquiera eso resolvería adecuadamente la cuestión del empleo y los desequilibrios geográficos que se generarían.

 

El economista y el empresario Marcelo Diamand ya planteaba estas cuestiones hace 50 a?os, y desde entonces que no han tenido un adecuado eco en las políticas oficiales. Pero la cuestión se agrava por el potencial de crecimiento que tiene el sector agrario ante la demanda mundial de alimentos; es lo que se ha dado a llamar la “primarización” de nuestras exportaciones y de nuestra economía. Si me permiten exagerar afirmaré, parafraseando a Carlos Pellegrini, que Sin Agroindustria no hay Agro. Debemos entonces, quienes estamos cerca del sector agropecuario, privilegiar en la agenda política la cuestión del desarrollo agroindustrial.

 

En los a?os ´60, caracterizados por un enfoque económico y comercial impregnado por la guerra fría, se relacionaba la independencia económica con el desarrollo de las industrias de base, como el acero, la soda solvay, el aluminio, etc. Era válido ese argumento por dos razones: sin ellos no había industria que generase empleo y desarrollo tecnológico, y el comercio de estos insumos básicos estaba condicionado por la política internacional.

 

Hoy, en un mundo globalizado, ese problema no existe y hay tantos oferentes de estos insumos que su provisión está asegurada. El desarrollo industrial sigue siendo sumamente necesario para la generación de empleo muy bien pago y para el desarrollo tecnológico, pero muchas veces su competitividad se limita al ámbito regional, ya que en el mundo globalizado asoman las nuevas potencias como hipercompetitivas en esos rubros.



Dos vecinos que supieron aprovechar las oportunidades
Brasil leyó adecuadamente esta realidad ya en los días del presidente Henrique Cardoso. Su sucesor Lula da Silva entendió que debía ser la agroindustria y la provisión de alimentos manufacturados del sector más competitivo. Hoy Brasil es el principal exportador de carnes y de pollos del mundo, y su industria láctea avanza desafiante de sus desventajas teóricas. Más allá de los trillados ejemplos de Embraer y otros pocos casos industriales, que tienen enormes méritos, son los alimentos los que sostienen la exportación en Brasil y a donde se dirigen enormes recursos y créditos oficiales.

 

Chile, con muchísimos menos recursos, también recorre ese camino, haciendo de la integración comercial su principal ventaja competitiva. Ahí se instaló hace unos a?os la neocelandesa Fonterra para procesar sus excedentes lácteos en una economía que tiene acuerdos de libre comercio con casi todo el mundo desarrollado.

El desafío agroindustrial argentino
Sería muy pretencioso de mi parte intentar en esta breve disertación agotar la descripción del proyecto agroindustrial argentino, que requiere de muchos talentos trabajando en sus complejas interdependencias sectoriales para lograr algo coherente y consistente con la realidad mundial. Pero valga esto como una primera afirmación: hay que ponerse a estudiar en profundidad el tema, y a convocar a las mejores universidades al debate para diagramar una política agroindustrial. Ya algunos lo están haciendo, como Juan Llach, de la Universidad Austral, que ha contribuido hace un tiempo con un muy interesante trabajo sobre la cuestión. Es importante que exista una coherencia entre lo que se puede vender en el exterior, considerando todas las trabas sanitarias y comerciales, con lo que queremos producir y con nuestra disponibilidad de   infraestructura, de fertilizantes y de tecnología.

 

Entonces, sin pretender agotar el tema, considero que la meta de 150 millones de toneladas para el 2020 tiene que complementarse con:
- Una producción de 5 millones de toneladas de carne vacuna. Lo que exigiría llevar el stock ganadero a 70 millones de cabezas y una tasa de extracción del 29%, con un peso promedio de res de 230 kg. Esto es posible, implica un crecimiento anual de poco más del 4%, algo que Brasil alcanzó durante 30 a?os a partir de 1960.

 

- Una producción de 18.000 millones de litros de leche en el 2020. Esto es consistente con el plan estratégico lechero, en el que está trabajando la industria y la producción. La Argentina tiene capacidad de crecimiento en este sector, en la medida que se superen los conflictos entre tamberos e industriales, y que los primeros tengan horizontes suficientemente largos y claros para invertir en una actividad que se caracterizó hasta ahora por su volatilidad. Debemos también superar la antinomia consumo interno vs. exportación, que afecta a muchos sectores -pero especialmente al lácteo- y que sirve de excusa para la intervención del Estado, distorsionando precios con subsidios que el sector no necesita.

 

- Alcanzar en 2020 los 3 millones de toneladas de producción avícola. Este sector debiera ser uno de los principales procesadores de los cereales que producimos, y exportar valor agregado. El comercio avícola no es sencillo, pero debiera estar presente en todas las negociaciones internacionales como una prioridad en la apertura comercial.

 

- Debemos también lograr el desarrollo definitivo de la actividad porcina y de otras carnes especiales. Entre las cuales deberían estar las de cordero, y la de búfalo (disculpen que incluya esta especie a la que estoy muy vinculado). Estas carnes especiales podrán expandirse en el mercado local y el internacional solamente si las carnes vacunas tienen los precios que tienen que tener (y que han alcanzado recientemente). La mayor amenaza para las carnes especiales es que la intervención estatal vuelva a bajar artificialmente el precio de carne vacuna.

 

- A esta lista deberíamos sumar la producción de biocombustibles. Sobre la base de oleaginosas, de maíz, y de otras fuentes, como las algas y ca?a de azúcar, ya que el futuro energético lo requiere así.

 

- No podemos dejar de incluir los múltiples productos que se elaboran en las economías regionales, desde textiles, vinos, jugos, yerbas, tés, café, pescados, etc. Solamente hay que entender que el listado es largísimo, y que debemos planificar, como ya lo expresé más arriba, teniendo en cuenta lo que el mundo quiere consumir y la infraestructura necesaria para producirlo.

 

En este contexto, la agroindustria puede ser la industria de base de del siglo XXI para la Argentina. Puede ser así porque:
- Es un sector que puede generar miles y hasta millones de nuevos empleos muy bien retribuidos. Recordemos que un cajón de manzanas contiene más salarios pagados que un televisor.
- Su crecimiento está equilibradamente distribuido por todo el país. Por lo tanto puede contribuir a no seguir incrementando la macrocefalia urbana que nos caracteriza y empobrece.
- Puede ser competitiva a nivel mundial. Si logramos incluirla en nuestras negociaciones internacionales.
- Puede generar divisas e ingresos fiscales como las exportaciones de materias primas. Pero diferenciando los productos lograremos superar las eventuales barreras que nuevamente puedan aparecer en el futuro.


    Por todos estos motivos, considero que la agroindustria tiene un rol clave para cumplir el desarrollo de la Argentina en el siglo que comenzó.

?Qué nos falta?
Si bien tenemos mucho, no es poco lo que nos falta para alcanzar esa meta. Pero lo fundamental es que el próximo gobierno tenga la decisión política de transformar a la Argentina en potencia agroindustrial. Esa decisión debe ser acompa?ada por muchas iniciativas públicas y privadas que deberían incluir, entre muchas cosas:
- Obviamente contar con un marco macroeconómico que controle la inflación y favorezca la inversión.
- Planeamiento trilateral: gobierno-industriaproducción, con visión de largo plazo y pensamiento estratégico.
- Acceso a los mercados externos, como es el caso de Chile.
- Financiamiento a largo plazo, como el BNDES de Brasil, ?no podría hacerlo el Banco Nación?
- Infraestructura: caminos, puertos, trenes.
- Regularización de los entes estatales como el INTA, SENASA, la ex ONCCA y hasta el INDEC.
- Regularización impositiva y sanitaria entre los productores primarios.

Más allá de lo que nos falta hacer, es muy importante evitar caer en dos tentaciones que han atrapado al actual gobierno en muchas contradicciones y que están en la base del estancamiento de estos a?os. La primera se condensa en la frase tantas veces usada, impactante pero equívoca: “Poner el pan en la mesa de los argentinos”. Es un grave error pensar que la pobreza de la Argentina se combate con alimentos baratos gracias a controles y derechos de exportación. En nuestro país la causa de la pobreza es la falta de dinero y/o de empleo, no la falta de alimentos. No somos la Polonia de la posguerra. La pobreza, que afecta al 30% de los argentinos es un problema a resolver entre todos, y no caer sólo sobre las espaldas de los productores de alimentos. Para hacerlo se justifica echar mano de impuestos y medidas asistenciales, que deben pagar todos los sectores económicos. A los productores de alimentos les debemos exigir que inviertan más y produzcan más, por nuestro país y por todos los habitantes del mundo que necesitan más y mejores alimentos. Debemos asegurarnos que todas las familias tengan acceso a los alimentos indispensables, pero para eso debemos subsidiar la demanda, y no la oferta. Según estudios publicados por SEL de Dr. Ernesto Kritz, de los casi $10.000 millones que se gastan en subsidiar alimentos, ?un 70% termina en bolsillos del 30% más rico!

El segundo error es pretender “Desacoplar precios internos de externos”, utilizando retenciones, trabas, precios máximos, etc. Estas medidas sólo logran alejarnos de los avances tecnológicos y, por lo tanto, dejar de ser competitivos. Los excesos de ganancia de algún sector deben ser tratados con mecanismos impositivos generales y universales, porque de lo contrario no vendrán inversiones. Las retenciones, como lo he publicado más de una vez, deben gradualmente reducirse a niveles mínimos y, en la coyuntura actual, ser reemplazadas por colocaciones de deuda interna.

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